Por qué los exámenes son inútiles

Entendámonos, cuando digo examen me refiero a las clásicas examinaciones como las entienden los alumnos. Hablo de esa prueba a la que todos temen que se realiza por lo general al final del trimestre y que marca tu nota. Si bien es cierto que normalmente estos exámenes no valen el 100% de la esta, sí que valen un 70% u 80%, cantidad excesiva de la calificación para una prueba completamente inútil.

Todos los estudiantes lo dicen, «tengo un 8, pero al cabo de una semana no me sé absolutamente nada», y lo dicen con toda la razón. La teoría de estos exámenes es buena, los estudiantes van estudiando a lo largo de todo el curso la materia, y al final de la unidad didáctica se realiza una prueba que recoge y evalúa sus conocimientos. Esta teoría es magnífica, pero, desgraciadamente, solo se cumple en una cantidad ínfima de casos, reconozcámoslo, ¿vale? ¿Cuántos alumnos estudian día a día el temario que se va dando? Muy pocos, en una clase, solo suelen haber una o dos personas así. Esas personas sacarán buenas notas, pero, sin embargo, a menos que se den el atracón de estudiar los tres días antes del examen, que es lo que hacen todos, sus notas no serán las mejores.

Introduzcámonos un poco en la ciencia para respaldar mis palabras:

A mediados del siglo pasado se estableció con bastante seguridad que el aprendizaje se daba por la modificación de las conexiones sinápticas entre las neuronas. Para ponerlo sencillo, digamos que en las conexiones de las neuronas se almacenan los recuerdos.

Pero como es bien sabido, lo que no se entrena se olvida, de manera que estas conexiones se deterioran hasta el punto en el que uno sabe que ahí yacía algo, pero no recordamos lo qué (esa horrible sensación que tienes cuando sabes que sabías algo, pero no recuerdas qué era).

Bueno, pues Hermann Ebbinghaus fue un tipo muy listo que se utilizó a sí mismo como conejillo de indias para ver cuánto tiempo tardaba en olvidarse de las cosas, lo hizo aprendiendo sílabas sin sentido como por ejemplo AFO o EIS, las apuntaba y veía el tiempo que tardaban en desaparecer de su memoria. De esta manera se creó una fórmula matemática para ver el tiempo que las cosas permanecen en nuestra cabeza sin repasarlas, la fórmula era esta:

\ R = e^{\frac {-t}{S}}

R es lo que recuerdas, S la intensidad relativa del recuerdo y t es el tiempo transcurrido.

De esta manera las experiencias de alta intensidad, como un trauma, tienen una línea casi recta, es decir, tardan muchísimo en olvidarse, sin embargo los recuerdos de poca intensidad, que el cerebro considera inútiles o poco interesantes se olvidan en cuestión de horas o días.

Muy a mi pesar, normalmente lo que estudiamos en la escuela nos parece sumamente aburrido, con afortunadas excepciones, pero por lo general el cerebro no las considera relevantes, con lo que, según esta fórmula, se nos olvidarán prontico las cosas.

Aquí tenemos una muy buena gráfica, que encontré en la magnífica página de «El arte de la memoria» (muy recomendable visitarla si quieres mejorar tus calificaciones) que nos muestra cuánto tardamos en olvidarnos de lo que estudiamos:

Para interpretarla correctamente, supongamos que nos metemos un atracón de la leche y en un día nos sabemos perfecto el examen, vamos, que nos lo hacen en ese momento y sacamos un 10, pues según esto, si nos lo hacen al cabo de 24 horas, sacaríamos un cinquillo justo, al cabo de dos días obtendríamos un mísero 3, ¡y si lo hacemos al cabo de una semana apenas sacaríamos un 0.3!, ¡ni tan siquiera un punto! ¡Y eso que nos lo sabíamos de 10!

Obviamente esto no es así, porque con estudiar el día anterior no sacamos el 10 (al menos no las personas normales), y anteriormente, aunque no hayas prestado atención al profesor, siempre se queda algo, pero la gráfica queda ahí, porque aunque lo estudiáramos unos días antes, poco subiríamos esta curva.

¿Entonces qué, no hay manera de medir los conocimientos de los alumnos? ¡Por supuesto que sí que las hay! ¡Las hay a miles! El problema es que es un mayor trabajo al profesor. Por poner un ejemplo, hacer y corregir ejercicios en clase, esto se hace mucho, pero se recompensa poco. O las preguntas que hace el profesor «¿Quién se acuerda de cómo se hacía esto?» que tampoco tienen mucho valor en la nota. Incluso se pueden hacer examinaciones (sí, esas que tanto odian los alumnos, aunque tampoco os creáis, a los profes les agrada incluso menos corregir 30 exámenes de golpe) semanales, o bisemanales. No exámenes largos, sino unas pocas preguntas cortas que no agobien a nadie.

El hacer examinaciones continuas es bueno para casi todos, los alumnos afianzan sus conocimientos y se les quita todo ese estrés que son los exámenes finales. El problema lo tendrían únicamente los profesores, que tendrían demasiadas variables para evaluar, pues siempre es más fácil poner nota a un examen y dependiendo de cómo se haya portado el alumno redondean para arriba o para abajo.

Lo dicho, soluciones, miles, pero por alguna razón el sistema sigue empeñado en no cambiar y seguir igual.

742 Comments

  1. entiendo perfectamente lo que dices, también creo que el hacer exámenes evalúa ineficazmente la cantidad de conocimientos que puede tener un alumno, siempre es mas fácil el camino corto que intentar sacar el mayor provecho a la capacidad de cada estudiante, aun así también es muy cierto que si algo nos parece aburrido poca veces lo recordamos, por eso siempre pienso que es mejor estudiar lo que uno quiero a tener que estar tragándote horas y horas de clases aburridas, si vas a una universidad casi siempre escogerás lo que a ti mas te gusta, en cambio en los institutos y colegios no tienes esa opción, siempre tendrás que pasarte horas y horas con clases que a tu parecer no te servirán o simplemente son un coñazo.
    En definitiva solo haciendo las evaluaciones mas llevaderas puedes quitarte el estrés y nerviosismo de hacer exámenes.

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  2. Exámenes… como los odios ¬¬
    Tan solo la palabra examen pone todo el mundo alterado y nervioso.

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