—Exa, no te muevas, por lo que más quieras, no salgas de aquí. —Dijo el hombre mientras escondía a su hijo en el armario. —Por favor, vive. —Rogó mientras cerraba la puerta.
—¡¡Uaaaaaaaagh!!
CRAC, SPLASH
La voz del hombre acompañada de unos crujidos desagradables, aterrado, el niño entreabrió la puerta para ver lo que sucedía a su alrededor. La habitación que anteriormente había sido de un azul claro estaba ahora manchada de carmesí por todas partes, ni el techo se salvaba de este horrible tinte, todo acompañado de un asqueroso hedor a carne quemada.
Entre todo ese líquido de color rojo había tres bultos esparcidos por el suelo, uno parecía el padre del muchacho, los otros dos, su madre. Y ahí estaba, una figura de unos dos metros de altura que escasamente se asemejaba a la de un humano. Era ancha, su piel roja, o quizás eso era la sangre de sus padres.